16.4 Cambio de paradigma para un nuevo sistema alimentario
Afirmar que la agricultura está «en una encrucijada» (Kiers et al. 2008) no hace justicia a la magnitud de la situación. La abrupta «brecha de sostenibilidad» (Fischer et al. 2007) en medio de llamamientos unánimes de sostenibilidad cada vez más se encuentra con una respuesta común entre los investigadores: peticiones de medidas revolucionarias y cambios de paradigma. Foley et al. (2011:5) lo exponen muy directamente: «Los desafíos que enfrenta la agricultura hoy en día son diferentes a lo que hemos experimentado antes, y requieren enfoques revolucionarios para resolver problemas de producción de alimentos y sostenibilidad. En resumen, los nuevos sistemas agrícolas deben aportar más valor humano, a quienes más lo necesitan, con el menor daño ambiental». De alguna manera, el papel actual de la agricultura mundial como el principal motor del cambio ambiental mundial debe convertirse en un «agente crítico de una transición mundial» hacia la sostenibilidad global dentro del espacio operativo biofísico seguro de la Tierra (Rockström et al. 2017).
El Antropoceno plantea fuertes demandas: la agricultura debe intensificarse; debe satisfacer las necesidades de una población creciente, pero al mismo tiempo es obligatorio que las presiones ejercidas por nuestros sistemas de producción de alimentos permanezcan dentro de la capacidad de carga del Planeta Tierra. Se entiende cada vez más que la seguridad alimentaria futura depende del desarrollo de tecnologías que aumenten la eficiencia del uso de los recursos y eviten simultáneamente la externalización de los costes (Garnett et al. 2013). La búsqueda de alternativas a nuestro paradigma agrícola actual ha puesto en primer plano ideas como la agroecología (Reynolds et al. 2014) y la «intensificación sostenible», con el reconocimiento de que hay que avanzar realmente hacia la «intensificación ecológica», es decir, el aumento de la producción agrícola por aprovechando los procesos ecológicos de los agroecosistemas (Struik y Kuyper 2014).
Ha habido un debate bien documentado sobre lo que constituye una «intensificación sostenible» (SI) de la agricultura, así como el papel que podría desempeñar en la lucha contra la seguridad alimentaria mundial (Struik y Kuyper 2014; Kuyper y Struik 2014; Godfray y Garnett 2014). Los críticos han advertido contra los análisis globales de arriba hacia abajo, que a menudo están enmarcados en perspectivas estrechas y orientadas a la producción, pidiendo un compromiso más fuerte con la literatura más amplia sobre sostenibilidad, seguridad alimentaria y soberanía alimentaria (Loos et al. 2014). Tales lecturas vuelven a examinar la necesidad de desarrollar enfoques basados en la región, de abajo hacia arriba, con un consenso creciente que afirma que una agenda de la SI adecuada para el Antropoceno no implica una producción de alimentos «como de costumbre» con mejoras marginales en la sostenibilidad, sino más bien un replanteamiento radical de los sistemas alimentarios no sólo para reducir los impactos ambientales, sino también para mejorar el bienestar animal, la nutrición humana y apoyar las economías rurales/urbanas con un desarrollo sostenible (Godfray y Garnett 2014).
Mientras que la tradicional «intensificación sostenible» (SI) ha sido criticada por algunos por estar demasiado centrada en la producción, o incluso como una contradicción en términos del todo (Petersen y Snapp 2015), otros dejan claro que el enfoque debe ser concebido de manera amplia, con el reconocimiento de que no hay camino universal hacia la intensificación sostenible (Garnett y Godfray 2012). Importante aquí es la creciente apreciación de la «multifuncionalidad» en la agricultura (Potter 2004). Si, durante el siglo XX, el discurso demográfico ‘maltusiano’ había asegurado el estrecho objetivo del desarrollo agrícola de aumentar la producción, el creciente redescubrimiento de las múltiples dimensiones de la agricultura que se están produciendo actualmente está alterando la percepción de la relación entre la agricultura y sociedad.
La «multifuncionalidad» como idea fue cuestionada inicialmente en el contexto de las controvertidas negociaciones sobre política agrícola y comercial del GATT y de la OMC (Caron et al. 2008), pero desde entonces ha ganado una amplia aceptación, lo que ha conducido a una visión más integradora de nuestro sistema alimentario (Potter 2004). Desde este punto de vista, los avances en la percepción de la agricultura como un tipo importante de «uso de la tierra» que compite con otras funciones de la tierra (Bringezu et al. 2014) se relacionan con otras perspectivas. Estos han sido conceptualizados a través de varias categorías importantes: (1) como fuente de empleo y medios de vida para una población rural y futura urbana (McMichael 1994); (2) como parte clave del patrimonio cultural y la identidad (van der Ploeg y Ventura 2014); (3) como base de complejas interacciones de la cadena de valor en «sistemas alimentarios» (Perrot et al. 2011); (4) como sector de las economías regionales, nacionales y mundiales (Fuglie 2010); (5) como modificador y almacén de recursos genéticos (Jackson et al. 2010); (6) como amenaza a la integridad ambiental que ejerce presiones destructivas sobre la biodiversidad (Brussaard et al. 2010; Smil 2011); y 7) como fuente de emisiones de gases de efecto invernadero (Noordwijk 2014). Esta lista no es de ninguna manera exhaustiva, pero lo importante es que cada una de estas dimensiones interactivas se entiende que tiene un impacto en la sostenibilidad y la seguridad alimentaria de una manera u otra y debe ser detenida por serios intentos de lograr la SI.
Los resultados de sostenibilidad se ven cada vez más como una compleja interacción entre las preocupaciones locales y globales (Reynolds et al. 2014). Las necesidades biofísicas, ecológicas y humanas se mezclan dentro de las complejidades e idiosincrasias del ’lugar’ (Withers 2009). Las soluciones de «talla única», características de la Revolución Verde, no reconocen estos potenciales y demandas de sostenibilidad únicos. El resultado es que los cambios en la producción y el consumo de alimentos deben percibirse a través de una multiplicidad de escalas y estilos. Para ello, Reynolds et al. (2014) sugieren un enfoque de sostenibilidad que aprovecha los conocimientos de los principios agroecológicos. Promueven un enfoque «personalizado» de producción de alimentos «adaptado explícitamente a la individualidad ambiental y cultural del lugar y respetuoso de los límites de asimilación de los recursos locales y los residuos, promoviendo así la diversidad biológica y cultural, así como la economía del Estado estable».
Si los problemas en juego son inherentemente multidimensional, otros también han subrayado que son contested. Las compensaciones entre la plétora de preocupaciones biofísicas y humanas son inevitables y, a menudo, sumamente complejas. Los umbrales de sostenibilidad son diversos, a menudo normativos, y rara vez se pueden realizar todos al mismo tiempo (Struik y Kuyper 2014). Se ha subrayado que las nuevas orientaciones hacia la sostenibilidad y la seguridad alimentaria requieren cambios simultáneos a nivel de las normas sociales formales e informales y los sistemas de incentivos (es decir, las instituciones) que orientan la interacción y el comportamiento humanos, y por lo tanto que la «innovación institucional» se considera una clave punto de entrada para hacer frente a los problemas (Hall y otros 2001). En la medida en que la complejidad de la intensificación sostenible deriva de marcos humanos (que implican y fluyen de contextos, identidades, intenciones, prioridades e incluso contradicciones), están, como Kuyper y Struik (2014:72), «más allá del dominio de la ciencia». Tratar de conciliar las múltiples dimensiones de la producción de alimentos hacia fines sostenibles y dentro de los límites de nuestro planeta finito implica una gran incertidumbre, irreducibilidad y impugnación (Funtowicz y Ravetz 1995); requiere la conciencia y el reconocimiento de que estas cuestiones se resuelven con implicación política.
Los sistemas alimentarios y la investigación sobre la sostenibilidad han avanzado mucho en la ampliación del enfoque estrecho de la Revolución Verde, aportando mayor claridad a los grandes desafíos a los que nos enfrentamos en la búsqueda de un sistema alimentario más sostenible desde el punto de vista ambiental y social. Gracias a una amplia gama de trabajos, ahora es evidente que la producción de alimentos está en el centro de un nexo de procesos interconectados y multiescalares, en el que la humanidad confía para satisfacer una serie de necesidades multidimensionales -muchas veces contradictorias- (físicas, biológicas, económicas, culturales). Como han afirmado Rockström et al. (2017:7): «La agricultura mundial debe ahora satisfacer las necesidades sociales y cumplir criterios de sostenibilidad que permitan generar alimentos y todos los demás servicios de los ecosistemas agrícolas (es decir, estabilización climática, control de inundaciones, apoyo a la salud mental, nutrición, etc.) dentro de un entorno seguro espacio operativo de un sistema terrestre estable y resistente». Es precisamente dentro de estos objetivos agrícolas recalibrados donde se debe desarrollar la tecnología acuapónica.